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Todos conocemos el famoso Botox a la hora de combatir nuestras arrugas fruto del envejecimiento, pero…
La toxina botulínica es una neurotoxina elaborada por una bacteria llamada Clostridium Botulinum. Como agente de envenenamiento produce botulismo y su capacidad de parálisis muscular hace que se use como medicamento en diferentes campos y especialidades médicas; en neurología para la migraña, distonías y dolores crónicos; en urología para la vejiga hiperactiva; en maxilofacial para el bruxismo… y como tratamiento estrella en medicina estética para las líneas de expresión.
La toxina botulínica actúa a nivel de la unión neuromuscular bloqueando la liberación y acción de acetilcolina, una molécula necesaria para la contracción muscular. Se crea un efecto temporal y reversible hasta la generación fisiológica de nuevos receptores de dicha molécula necesarios para la contracción que ocurrirá nuevamente a los meses de introducir la toxina.
Mediante pequeñas inyecciones intramusculares sin necesidad de anestesia tratamos el tercio superior de la cara: la región glabelar, correspondiente al entrecejo formado por un conjunto de músculos que condicionarán la posición de las cejas; la región frontal, cuya contracción provoca las líneas horizontales de la frente al elevar las cejas; y la región periocular externa cuya contracción provoca las famosas patas de gallo.
Tenemos dos grandes grupos de pacientes para toxina botulínica:
Un grupo “joven” con arrugas dinámicas, que se considera el paciente ideal para dicho tratamiento ya que tiene efecto inmediato; y un grupo con arrugas estáticas de mayor edad, que puede suavizar dichas marcas de expresión faciales fruto del envejecimiento.
La clave es mantener un equilibrio entre este tratamiento anti-aging y sostener la esencia personal con nuestras expresiones faciales. Con su efecto temporal durante 4-6 meses y feed-back beneficioso se convierte en tratamiento periódico en todas las consultas donde se realiza.
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